domingo, 19 de enero de 2014

Trazos de distancia

Me iría caminando hacia el otro lado,
A ver si así, dando toda la vuelta
Pasase la semana, y cuando llegara al fin
Entre tus brazos,
Ya me llevaras a casa.
Que se me hace complicado,
Esto de no verte cuando más te he visto
Y menos te he alcanzado.
Después viene cuando me cuestiono
Dos interrogantes con un vacío en medio
E, impaciente, estúpida, espero una respuesta. En vano

lunes, 13 de enero de 2014

Aplausos



La sala de techo alto hacía de una especie de agujero de guitarra, los aplausos rebotaban en las paredes de piedra y cada susurro se volvía un grito. Ella, allí, en medio de toda esa gente, se preguntaba de dónde venía la tradición de marcar un ritmo con el sonido hueco de juntar las manos en un golpe sordo. Se imaginó a alguien, un individuo virgen de convencionalismos, de cultura, de tradiciones, asistiendo a un acto así y alucinando con ese gesto. En realidad, pensó, esa persona alucinaría en muchas ocasiones: por ejemplo al chocar las copas de champán o darse dos besos (que en la mayoría de los casos se quedan en el aire y no en la mejilla) al presentarse, entre otras.

Solía hacer eso, quedarse al margen y mirar des de lejos. Se quedaba con cosas que pocos captaban. Para ella, se aprendía más así que haciendo los deberes de historia o matemáticas. Ella no quería hacer, sólo quería ver, des de lejos, en un lugar donde las consecuencias no llegaran.

Dientes de oro

La primera luz de la mañana se filtraba por la persiana. Un rayo escurridizo y brillante cruzaba toda la habitación hasta llegar justo en medio de su ojo y le molestó tanto que se llevó la almohada a la cara y soltó unas cuantas maldiciones. Todo eso todavía en sueños. Su sueño siempre había sido muy pesado, su madre siempre decía que de haber sido su dormir algo material hubiera perforado el suelo. Pero ese día, un sábado cualquiera, eran las ocho y el sol ya había hecho de las suyas para sacarla de un empujón de sus dulces sueños. Aunque en dos hechos me estoy equivocando, no era un sábado cualquiera ni eran dulces sus sueños. El martes la echaron del trabajo, le dieron una indemnización minúscula y dos palmaditas en la espalda y ya estaba en la calle. Nunca le gustó su jefe, eso era lo único bueno, ya no tendría que verle más. Pero tampoco vería su sueldo de cada mes. El jueves se discutió con su prometido, quien al viernes dejó de serlo. No fue una discusión con platos volando a través del comedor y estrellándose en la pared amarillenta, pero fue la gota que colmó el vaso, que, según él, ya hacía tiempo que estaba vacío y roto como los platos que no se lanzaron por la cabeza. Ella, a su vez, pensaba que todo se puede salvar con una varita mágica y que con gestos de amabilidad y cariño durante cinco días las tensiones y paranoias de infidelidades se irían. Parece una típica historia de decadencia que proseguirá con una nueva y feliz vida, el principio (o nudo) de una película titulada “la vida de Eva” o “Aquí estoy yo” o “No hay mal que por bien no venga”. - Bueno, la última tendría un título un poco demasiado largo. - Pues no, esto no es una película ni una novela de romanticismo francés. Eso era la triste vida real. Y ella era una de las muchas chicas luchando por salvarse de una España en crisis, decadente, gris, e hipócrita. Una España que pretendía fingir dientes de oro con una dentadura llena de caries.