Nos empeñamos en empujarlo todo hasta el fondo del armario para que así no se vea, o al menos solo salga
una manga,
un susurro ahogado,
un agujero medio tapado.
Y seguimos viviendo como si nada hubiera pasado.
Como si fuéramos perfectas representaciones de una vida mediocre y personajes planos de un cuento sin moraleja.
Como si en nuestro vocabulario no hubiera “error” ni nubes ni mala suerte ni gatos negros. Todos somos felices, sí, hasta que tropezamos con la manga y se pone a llover, y la tierra húmeda revuelve esos cadáveres del pasado.
Y todo se nos viene encima y todos los gatos son oscuros.
El volumen sube y todo tiembla delante de un armario, ahora con extremidades inferiores, que nos persigue por un pasillo interminable y nunca, nunca vemos la luz.
(Entonces es donde los escritores optimistas y libros de autoayuda te dirían que siempre somos capaces de vencer esos miedos, volvernos mejores personas y ser sinceros con uno mismo. )
Yo, en mi versión más realista y por tanto pesimista, digo que hay algunas personas que aunque entierren poco, les llueve mucho.
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