lunes, 8 de julio de 2013

Oscuridad

Cuando era pequeña me daba miedo la oscuridad, me tapaba con el edredón hasta la nariz, no quería cerrar los ojos del todo aun que no viera nada. Al filtrarse una luz de las farolas por la persiana me estremecía al ver todas las sombras que se dibujaban.
Cuando te haces mayor, estas ya tan cansado de la lucha con el día, que al cerrar la luz ya no te quedan fuerzas para pensar si habrá un monstruo dentro del armario. 
Pero los adultos también temen a la oscuridad, pero no exactamente a este tipo de oscuridad. 

Cuando te haces mayor,  empiezas a ver gente cayéndose en ella, en esa otra oscuridad llena de sombras movedizas. Muchos no vuelven. Esa oscuridad de besos pagados, luces difusas, mentiras en sonrisas, cristales rotos y vahos de alcohol. Les atrapa, absorbe todo lo que son. Esa oscuridad empieza por no gustarte, te alejas de ella, enciendes mil pequeñas velas para echarla. Pero en algunos momentos viene y te consigue persuadir con sus promesas impredecibles, con sus aromas embriagadores que tanto te marean el alma. Y  una vez le has dado la mano, te coge todo el brazo, sopla y apaga cada una de las velas que tu habías encendido tan cuidadosamente. 
Algunos vuelven a ver una luz que se filtra por la persiana. Otros nunca.

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