Hoy llueve en Manhattan, el agua ahoga la calle y resbala por los paraguas
que bailan al son del horario occidental. Las luces se asoman por la ciudad,
como si la oscuridad de los callejones sin salida les asustara. La melodía de
una vieja canción se oye en una vieja taberna, donde viejos y nuevos comparten
una nueva copa, igual de sabor a madera y alcohol fermentado. Entre cartones
algunos se cantan las buenas noches. Y salen las brujas, en cuero y pintalabios
rojo, a hechizar príncipes que nunca fueron azules. Una mujer mira por la
ventana y todo lo que puede ver son metales y óxido. Esa es su ciudad. Y es irónicamente
gracioso que es la misma ciudad, cuna de moda y batidos sin azúcar, la misma
ciudad donde Prada y Dior confirman el mito. Que en Manhattan hay de todo.
Pobres, ricos, mil colores. Y aún que unos piden en vaso de papel lo que otros
se gastan en vaso de cristal, aquí siempre llueve para todos.
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