La emisora de
radio borboteaba las últimas noticias bajo el parabrisas, que iba de un lado para
otro sin coger ninguna gota. Que era Diciembre, y el tiempo se distrajo al
Octubre, cuando, entre playas abarrotadas, el otoño saludaba efusivamente a
unos meses que le pasaban de largo. Y después pensó: “¿Ah sí? Pues ahora el
frío os va a venir de golpe”. Y así fue, de una noche para otra las plantas ya
aparecían congeladas, los coches ciegos de cristales empañados y las calles
resbaladizas de unos pocos transeúntes helados. La emisora paró, junto con el
motor del coche, al llegar a su destino. Quitó las llaves y dio un último
suspiro antes de salir. No había mucho hielo en el lago, esa noche. Y él ya la
esperaba. Con una bufanda gris y colonia de lavanda. No, espera, no es una
historia de amor, ni de corazones rotos. Él la esperaba con esa bolsita en la
mano, los gramos de cada semana. Se dirigieron un seco saludo. Fueron al
grano y poco después ya volvía a estar
dentro del coche.
Ella había tenido
el universo entre sus manos, ella tenía el universo entre sus manos, pero se lo
guardó en el bolsillo porque le molestaba. Y abrió la bolsita.